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CAMINO DE SANTIAGO 2003

Desde Villafranca del Bierzo a Santiago de Compostela


Lunes, 12 de Mayo de 2003

De Samos a Portomarín - 31,2 kms


    07:00 de la mañana.

    Chema despierta con sus espectaculares estornudos a todos los peregrinos del refugio aunque, en realidad, sólo a los ocho que quedamos en nuestras literas. Las alemanas han debido madrugar pues no queda ni rastro de ellas.

    Sonrío recordando los exagerados estornudos de Chema de la noche anterior, similares a los de esta mañana. He dormido toda la noche de un tirón sin, por una vez, escuchar ronquidos. Me siento bien, descansado y con ganas de comenzar la etapa. Son otros 31,2 kms, aunque me anima el hecho de que será la última tan larga.

    Mientras algunos van saliendo hacia el Hostal Victoria a desayunar, Primi y yo nos quedamos organizando (o quizás, desorganizando) nuestras mochilas. Aunque tiro algunas cosas, tengo la sensación de que cada vez pesa más.

    Temeroso de alguna ampolla bajo el pie derecho, me pongo un parche preventivo.

    Cuando salimos, una vez recogido todo, nos encontramos con el empleado de la gasolinera que, parece, se encarga del refugio, y Primi se marcha con él y con nuestras “papelas” a sellar. Acto seguido nos acercamos a desayunar con el resto de nuestros compañeros.

    Preparados para la nueva etapa, recogemos la olvidada máquina de fotos de Chema después de advertirle: “ ... la vas a perder ... “, y comenzamos la andadura.

    Paco se adelanta con intención de ir al médico para que le revise su ojo lloroso. Desde que comenzamos la aventura no ha dejado de llorarle. Hacemos unas fotos ante la fachada principal del Monasterio y vamos al Ambulatorio en su busca. Parece que hay gente y tiene para rato. Ángel se queda acompañándole mientras los demás nos vamos adelantando.

    Son las 08:30. La mañana no ha abierto aún. Seguramente lo hará después. El tiempo es muy agradable para caminar.

Monasterio de Samos
Comienza la etapa

    Primi se adelanta a buen ritmo. Después de hacer una foto a Chema en la estatua del peregrino a la salida de la ciudad, intento seguirle junto a Chema y Marino. Vemos el km 12 hacia Sarria. Poco después el km 11. Definitivamente deberemos revisar el GPS, pues marca diez kms a Sarria y parece que son doce.

Chema y peregrinos de piedra

    Vamos por el margen izquierdo de la carretera a un ritmo endemoniado. Primi “se ha montado en la Harley” y me cuesta seguirle, aunque no le pierdo paso para no quedarme atrás. A veces “se le gripa” y entonces soy yo quien tira, divertido, al mismo ritmo.

    Pronto dejamos atrás a Chema y a Marino que, conversando con los franceses y el belga de los “carritos”, nos siguen rezagados.

    Vemos la subida del camino por la montaña. Demasiado empinada para, según Ángel, salir poco más allá después de subir y bajar un monte. Decidimos continuar por la carretera al igual que hemos hecho otros años. Según los indicadores de kilómetros de la carretera vamos, cosa extraña, a 6 kms/hora.

    Pilar, nuestra “SuperIntendente” del año anterior, nos llama para saludarnos y preguntar qué tal vamos. Añora su Camino, pero su decisión debió ser firme cuando dijo que no volvería a hacerlo.

    Dos horas y diez minutos después, estamos en Sarria. Evidentemente nos hemos andado, por lo menos, doce kilómetros. La entrada a la ciudad, como tantas otras, se nos antoja tremendamente larga, tanto que tenemos que luchar contra la fuerte tentación de parar en la primera cafetería que encontramos.

    Decidimos acercarnos hasta el puente para efectuar la parada. Desde allí vemos a lo lejos a las alemanas que continúan el camino. No sabemos cuándo, pero las hemos adelantado y ahora, vuelven a adelantarse ellas.

    Nuestra cafetería, de otros años, está cerrada, así como todas las del margen del río, por lo que decidimos continuar por la empinada cuesta de Sarria hasta alguna cafetería que nos parezca apropiada. Ya en mitad de la cuesta nos detenemos en la Cafetería O’Escalinata. Dejamos las mochilas, nos cambiamos de camiseta, pedimos unas cervezas con unos buenos trozos de tortilla de patatas y nos sentamos en unas mesas que tiene en la puerta.

    Son las 10:45. La mañana ha abierto y ahora hace calor.

    Poco tiempo después llegan Marino y Chema, quienes toman unos trozos de empanada. Marino ha echado un cigarrillo encendido en un hueco de la pata de la mesa y los pies de Primi echan humo. Parece el brasero.

    Después de un descanso llamamos a Ángel y a Paco. Vienen muy retrasados. Les han tenido en la consulta del médico al menos una hora y esa es aproximadamente la diferencia. A Paco le han recetado unas gotas para su ojo. Les comentamos que vamos a continuar despacio. Les esperaremos antes de llegar a Ferreiros.

    Chema se adelanta con intención de comprar en algún establecimiento un carrete de fotos. Muy divertidos, aprovechamos que ha olvidado, por enésima vez, su máquina de fotos para hacernos las dos últimas que le quedaban.

Aprovechamos el olvido de Chema para utilizar su máquina de fotos
Es la última del carrete

    Cuando decidimos continuar, Chema ya se había dado cuenta de su olvido y bajaba de nuevo la empinada cuesta en busca de la dichosa máquina. Por señas evitamos que baje. Nos espera mientras subimos. Veo carretes en un escaparate cerca de donde él se encuentra y supongo, erróneamente, que ya lo ha comprado, por lo que no le digo nada. No, no había comprado el carrete.

    Pasamos la vieja carcel y subimos hacia el cruceiro que se encuentra en lo alto de la ciudad desde donde puede verse una buena panorámica.

Cruceiro en Sarria

    Continuamos después, bajo un fuerte calor, a buen ritmo hasta alcanzar a Marino. Muertos de sed pasamos Barbadelo, donde vemos un indicador de “fuente” que ignoramos pues hemos decidido parar brevemente en Rente para llegar rápidamente a Leyman. Susana nos sirve unas cervezas mientras llegan Marino y Chema.

    Me quedo retrasado mientras pago las cervezas. Me despido de Susana y voy tras mis tres amigos que ya no logro alcanzar hasta Leyman, donde se han detenido en el Mesón O'Xestello, con el fin de saludar a nuestra buena amiga Carmen y esperar allí hasta que lleguen Paco y Ángel, quienes ya no deben andar muy lejos.

Luna, preciosa, al igual que su dueña

    Carmen sale a saludarme sonriente y afectuosa. Continúa tan preciosa y encantadora, como siempre. Sus hijos están bien aunque no se encuentran aquí en estos momentos. Acaricio a Karina y a Luna, sus dos preciosas perritas. Primi y yo, recordamos nuestras ya lejanas derrotas individuales al futbolín ante su hijo de 7 años y en equipos ante ella misma y su hijo. Nos dieron unas buenas palizas.

    Le paso a Primi una foto que llevo donde pueden verse a Carmen, sus dos hijos y a Primi. Este se la dedica y se la entrega. Ella está encantada.

    Mientras esperamos a los rezagados tomamos algunas cervezas. Pronto vemos aparecer a Ángel y algo distante a Paco. Ya todos juntos comemos algunos platos de lomo y chorizo regados con un rico ribeiro blanco. Ángel propone rematar con unos “elixires” y así lo hacemos.

Comiendo en O'Xestello

    Antes de marchar planteamos a Carmen la posibilidad de que nos prepare algunas botellas de orujo de café que tan bueno nos pareció hace un año para enviar a alguien a recogerlas desde Segovia. Quedamos en hacerlo así y nos despedimos.

    Descansados de nuevo nos dirigimos hacia Ferreiros pasando antes por el lugar donde el camino se convertía en río. Lo están acondicionando y ya no se ve como en años anteriores cuando, irremediablemente, había que encharcarse las botas para pasar.

Primi en su "Harley Davidson"
Morgade - Hacia Ferreiros
Morgade - Hacia Ferreiros

    Ángel continúa apuntando los puntos kilométricos y los pueblos con intención de ajustar lo más posible nuestro GPS. Algunos pueblos están mal ubicados y algunas distancias mal calculadas, aunque las diferencias no son muy significativas.

    El refugio de Ferreiros está completo con un grupo de excursionistas españoles de la tercera edad.

    Recordando mi comentario de esta mañana en el que afirmaba mi seguridad de que hoy nos llovería y a lo que mis compañeros me habían asegurado que no, pregunto a Ana, la hospitalera, si no cree que va a llover. Inmediatamente me contesta que de ninguna manera, por lo que cabizbajo y sonriente continúo mi camino sin hacer más comentarios.

    Poco después efectuamos un nuevo descanso en Miralles, donde Paco mantiene una interesante conversación con la señora del mesón sobre asuntos económicos de precios de consumo.

    Iniciamos de nuevo la marcha hacia Portomarín. Camino ahora retrasado junto a Paco. El embalse se divisa desde lejos y poco a poco nos vamos acercando. Hace tiempo que no encontramos peregrinos seguramente debido a que nuestro caminar es ahora muy lento. Bajamos con cuidado la empinada cuesta que nos conduce a la carretera, ya en la ciudad. Las rodillas duelen por el duro esfuerzo de retención que hay que efectuar para no echar a correr obligados por la pendiente. Recuerdo ahora la afirmación de Jesús con la que nunca he estado de acuerdo: "Se sube mejor que se baja". Quizás, pero sólo en estos casos, lleve algo de razón.

    Atravieso el largo puente que cruza el embalse y espero a Paco arriba de la escalinata donde he contado 51 escalones, quizás fueran 50, pero ni uno menos, mientras observo el caudal elevado del río Miño. Subimos la larga cuesta que conduce a la Iglesia que, un día, estuvo ubicada donde ahora se encuentra el embalse y que, piedra a piedra, trasladaron y reconstruyeron en la parte alta de Portomarín.

    Cercanos ya al albergue, se nos acerca una amable mujer (después sabría que era alemana) con intención de indicarnos dónde se encuentra. Se lo agradezco en inglés aunque le comento que ya lo conocemos de otras ocasiones. Paco se dirige directamente al Albergue mientras yo entro sudoroso en la Cafetería Rodríguez, me tomo un buen tubo de cerveza con un platito de aceitunas y escribo algunas de mis notas.

    Son las 08:20. La etapa ha sido larga y dura. Sonrío al escribir estas lineas pues siempre me vienen a la mente las palabras de mi amigo Esquifino: “Tú aún no sabes lo que es larga y dura”, que tanta gracia me hacen.

    Ya en el Albergue, después de una ducha esta vez con agua templada, en la que he coincidido con un italiano seguidor del Milan que me ha deseado suerte para el Madrid a lo que le he respondido con mi deseo de que ellos también pasen para poder enfrentarnos en la final, he colocado mi saco de dormir en una litera baja que Primi me había guardado bajo la suya, he cambiado mi ropa y he salido a buscar a mis amigos que descansaban en una cafetería cercana.

Al teléfono

    Sin demora nos hemos ido a cenar al restaurante Posada del Camino. De nuevo los móviles, los tractores de Marino y algunas incidencias del camino han acaparado la tertulia.

    Terminada la cena Chema, Primi y yo nos hemos quedado tomando un “cubata” en la misma cafetería mientras los otros tres se iban a dormir. Sentados en una mesa hemos charlado de diferentes temas. Un camarero y un cliente jugaban una partida de ajedrez. Cuando el cliente parecía darse por vencido he echado una ojeada a la situación de las piezas y he preguntado si movían blancas o negras. Cuando me han contestado que tocaba mover a las blancas he afirmado, rotundo, que ganaban blancas.

    Chema, incrédulo e incisivo, me ha obligado a demostrarlo. Con cuidado y temeroso de efectuar algún movimiento equivocado que pudiera dar al traste con mi afirmación, he finalizado la partida. Javier, el camarero, ha tirado su Rey, y muy cordial me ha felicitado.

"Mueven blancas y ganan ... "

    Finalizada la consumición nos dirigimos al Albergue. Me quedo en la puerta, sentado al pie de un cruceiro, fumando un cigarro. La noche es hermosa. El cielo cargado de estrellas anuncia el buen tiempo para el día siguiente. Aunque estoy cansado, quizás debido al café quizás a la agradable noche, no tengo sueño. Se está bien allí. Cuando termino el cigarrillo decido ir a dormir. Me acerco a la puerta del Albergue y la abro con cuidado. De pronto, un gran foco pegado a mis ojos me ha deslumbrado por completo dejándome ciego durante algunos segundos. El susto ha sido impresionante, de infarto. Primi se partía de risa. Me había estado esperando y, con su linterna de minero en su cabeza, la había encendido justo en el momento que yo asomaba la cabeza en la oscuridad del Albergue. Le habría matado, pero sus incontenibles carcajadas me hacen también reir. De todas formas el susto ha sido tremendo.

    Divertidos, sin hacer ruido, nos metemos en nuestras literas. Ángel, cerca de mí, está entonando sus melodías, mediante sus ronquidos. Sin hacerle demasiado caso pronto me quedo dormido.

Primi, después de la cena